La revolución empieza por casa.
«La revolución empieza por casa.»
Aunque debemos que decir que es imposible crear un arte nuevo así de la nada. Existe el pasado aunque reneguemos de él, aunque no lo queramos ni ver. Es el peso de la historia.
Y la vanguardia rusa retomó las ideas de uno de los artistas más singulares de la historia: Kazimir Malevich, el creador del suprematismo, que unos años antes ya había comenzado su particular revolución (y que después continuaría como uno de los protagonistas de la de octubre).
Malevich inició un estilo genuinamente original que abogaba por la abstracción pura. Geometrías que eliminaban todo indicio del mundo conocido para así crear «la no-objetividad, la supremacía de la sensación pura». Esto de por sí ya es revolucionario al eliminar todo elemento anecdótico del arte. Recordemos que el arte servía hasta entonces exclusivamente para describir y representar. Una pintura sin referente es como un libro sin historia.
Teniendo en cuenta esta importante figura, los artistas de la revolución optaron por crear un arte que no fuera capitalista, decadente y burgués. La nueva Rusia debía crear un arte con un claro objetivo: debía ser «inteligible para millones» y que sirviera a las necesidades tanto del pueblo como de su régimen, que ya empezaba a olerse la importancia del arte como herramienta política.
Pocos países dedicaron tanto dinero a las bellas artes, al teatro, a la literatura o a la pintura como la URSS. Aún con el problema del hambre y la contrarrevolución atacando desde el interior y el exterior, se gastaban sumas enormes para desarrollar el arte, y ni siquiera como instrumento de propaganda.