Mierda y arte: mierdarte
El pionero en estas lides escatológicas es el autor de una de las obras más polémicas del siglo XX: Piero Manzoni. En 1961, un año antes del nacimiento oficial del arte pop y tres años antes de que Warhol creara sus Brillo Box, Manzoni llenó 90 pequeñas latas de metal con 90 gramos de sus propios excrementos y las etiquetó como Mierda de Artista en italiano, francés, inglés y alemán. Un guiño a los ready-mades. Aunque en realidad todo Manzoni era un guiño a Duchamp. Las latas fueron vendidas al peso según la cotización del oro del día. Un gramo de mierda por valor de un gramo de oro. Quizá suene a tomadura de pelo, pero las latas de Mazoni están en algunas de las galerías más importantes del mundo (entre ellas, el MOMA de Nueva York, la TATE Gallery de Londres o el centro Georges Pompidou de París) y una de ellas fue subastada en 2007 por 124.000 euros. Y esto incluso a pesar de que ha habido latas que han explotado por la expansión de los gases y de que, según confirmó Bonalumi, colaborador de Manzoni, había latas que no contenían mierda.
Utilizar excrementos de animales como pintura no es una idea tan original como pudiera parecer. Siobhan Meow es una artista neoyorkina que se ha hecho famosa por utilizar para sus cuadros el excremento de sus gatos. Todo empezó cuando uno de sus más de cien gatos se cagó y se orinó en uno de sus lienzos mientras jugaba sobre él. La excéntrica artista se dio cuenta de que no quedaba nada mal y decidió seguir experimentando. Sus cuadros hoy en día pueden sobrepasar fácilmente los 1.500 dólares. Y el caso es que en la peninsula también tenemos nuestra propia versión de pintor escatológico. Su nombre es Xoán Casal y ya desde pequeño se dedicaba a jugar con los excrementos de las vacas haciendo dibujos y formas con un palo. Un día se atrevió a aplicarlo sobre un lienzo y quedó encantado con el resultado. Los excrementos son cuidadosamente seleccionados y según afirma los cuadros no desprenden olor y son más duros que el cemento.
La caca en el arte no siempre es el resultado de una propuesta polémica y rompedora o de la búsqueda de nuevos medios de expresión. En ocasiones es simple y llanamente comedia infantil, sin más. No hay otra forma de entender el Complejo mierda de Paul McCarthy. Esta obra es una gigantesca escultura inflable, del tamaño de una casa, que representa la caca de un perro. El catálogo de la muestra lo describía con esta fineza: «Un amplio espectro de ítems que forman un intercambio dinámico de zonas temporales y paralelas que se autoeclipsan». Esta maravilla de estructura estaba expuesta en el exterior del centro de arte Paul Klee de Berna, pero un golpe de aire hizo que se soltara y se fuera volando por los aires, causando varios destrozos y dando pie a un inolvidable titular como este: «Una mierda gigante siembra el caos en Suiza». También con sentido lúdico moldeó Mikahil Boppsov una cobra gigante con 400 kilos de estiércol congelado de vaca en la república siberiana de Sajá, en Yakutia. Se trata de un homenaje para celebrar el Año de la Serpiente del calendario chino, como también hiciera en el Año del Dragón. Mikahil hace estas esculturas sin demasiadas ambiciones artística, solo para que los niños del lugar pasen un buen rato mientras las hace.
Sin lugar a dudas, las mierdas, el cagar y todo acto anal están invadidos por discursos castrantes, más cagar, más arte, más mierda...