Identidad y arte contemporáneo
Cada vez que vemos una obra de arte contemporáne("contemporáneo" no en el sentido irrelevantemente cronológico del termino, sino en ese sentido inédito que ha hecho de lo contemporáneo una manera especifica de hacer arte), nos sentimos desconcertados porque lo que vemos no se corresponde con lo que hemos aprendido como arte. Y lo que hemos aprendido es un concepto de arte originado en la Europa del siglo XV. Sin embargo, contradictoriamente, estamos dispuestos a aceptar que cada época, por sus propias necesidades culturales, expresa una forma determinada de arte que le es propia y por tanto distinta a formas artísticas del pasado: no todo arte es posible en todos los tiempos. Eso debería ser suficiente para preguntarnos, al menos, ¿De qué modo, esto que vemos como "arte contemporáneo" es la expresión de nuestro tiempo?.
Pero es una interrogante que debe antes definir "nuestro tiempo", enunciar sus características y confrontarlas con las que exhibe el arte contemporáneo. Debe también, por cierto, considerar el carácter interpretativo del arte actual frente a la realidad, lo cual no es una novedad en la historia del arte universal. De hecho la relación que ha tenido el arte con la realidad ha sido siempre (salvo en la Grecia clásica y durante el siglo XV) por medio de la interpretación (subjetiva, hay que decirlo para bien del arte). Es esa particular interpretación que hace el arte de la realidad, la que plasma, como ninguna otra disciplina, la relación subjetiva del hombre con su entorno. Cualquier otra disciplina pretende una relación objetiva con el mundo, pretende hacer ciencia y por lo tanto, busca alejarse de todo subjetivismo, de eso que, por cierto, es el origen del arte y la especificidad singular y vital de todo ser humano.
La necesidad de determinar aquello que caracteriza nuestro tiempo, y lo define por tanto, no es solo competencia del espectador, sino de todo artista, sobre todo de aquellos artistas que han incorporado, sin un sentido critico, un arte que se ha originado en otros tiempos y lugares. Como espectadores de arte y artistas de este tiempo, ¿Puede no competirnos este mundo actual (local y universal) que vivimos?. ¿Cómo no asumir este nuevo paisaje contemporáneo que cotidianamente vivimos, y levantarnos cada día, consumiendo, incorporando y reproduciendo sus consecuencias en cada gesto, trivial o vital?. Solo una gran ingenuidad, romántica y solar, dedicada al antiguo altar de un arte intemporal, bello y tranquilizador, nos podría hacer creer que eso es posible. Lo inesperado de esa quimera es que entonces, los acontecimientos nos ponen letreros en las espaldas, lacitos en el cuello y hasta medallas en la solapa, y no nos enteramos nunca del sentido de todo ello.
Cómo espectadores de arte y artistas de este tiempo, ¿No nos hemos sentido aludidos ante las paradojas y situaciones propias de nuestra época?: Por un lado, la paradójica propuesta de este tiempo que proclama su adhesión a la globalización y al mismo tiempo celebra con el mismo entusiasmo la diferencia; y por otro lado el conflictivo papel del arte de este lugar: o el artista es fiel a su memoria, a las marcas de identidad y a las condiciones propias de su contexto, pero entonces su arte esta condenado a un localismo superficial, provinciano, folklórico, atrasado, condenado al aislamiento, al getto, al estancamiento y a la fosilización de su cultura. O el artista se abre a los aportes universales, a la incorporación de elementos "ajenos", pero entonces su arte corre el peligro de convertirse en un pasivo repetidor de los signos imperiales y traicionar a las esencias ancestrales. En última instancia, la interrogante parece ser: "¿Cómo es posible pensar el arte y la cultura en términos planetarios y, simultáneamente, abjurar de las totalidades y celebrar el fragmento?". (Ticio Escobar, curador paraguayo). Es más, creo que toda política cultural estatal, debe hacerse cargo de esta contradicción que plantea la necesidad de asumir, al mismo tiempo, la globalización y la diferencia pluricultural, la integración y la identidad. Desde mi punto de vista, el fundamento del problema esta en el concepto de identidad: Hacia 1950, cuando las vanguardias de la modernidad, hacían su aparición, con mas o menos fuerza, en América Latina, la identidad era como una marca indeleble de lo propio, derivado de un territorio geográfico común y de ciertos rasgos compartidos (pasado indígena, conflicto colonial, mestizaje, etc), y entonces, el arte latinoamericano, ese mismo arte de origen europeo (clásico-renacentista-romántico), sintió también la necesidad de actualizar sus lenguajes artísticos, pero eso chocaba con el concepto de identidad vigente.
Este conflicto entre lo propio y lo ajeno no podía resolverse, porque la identidad estaba concebida como sustancia fija, inmóvil, permanente, anclada lejos del presente, allí en el fondo de la memoria, lo cual impedía la posibilidad de un cambio y de asumir el carácter fluido de la realidad, y entonces emergió aquella disyuntiva del artista que debía elegir entre lo local y lo global, cargando una culpa en cualquier caso. En la mayor parte de los países de Latinoamérica, a mediados de los setenta, la cuestión pareció solucionarse en términos dialécticos: se impugnó la idea metafísica de contradicción que concebía sus términos como disyuntivos inamovibles y la identidad era, entonces, una síntesis resultante de acontecimientos encontrados que se estabilizan de un modo determinado, síntesis concretas de situaciones mas o menos estables; la identidad adquirió así, un carácter multicultural, multiétnico e híbrido; en consecuencia, el artista podía ahora, sin reproches ni culpas, incorporar medios y lenguajes mas universales, pero con contenidos locales conectados con la tradición y los deseos propios; podía abrevar tanto de las fuentes universales como del pozo propio; podía obligar a los signos imperiales a nombrar significados locales y nuevos. Sin embargo, los acontecimientos de los últimos tiempos parecen cuestionar otra vez, el reciente concepto de identidad. Nuevos sujetos sociales (minorías étnicas, sexuales y religiosas, comunidades femeninas y movimientos sociales y regionales) con características propias, empujan otros contenidos identitarios, de tal modo que la identidad parece ser el resultado emergente de circunstancias cruciales, la convergencia coyuntural y estratégica de necesidades vitales. El artista entonces, esgrime una o mas posiciones identitarias según su origen étnico, su procedencia local, su genero, su opción sexual, o su elección religiosa; y así la identidad adquiere un carácter relativo, dinámico y fluido, ejerciéndose a distintos niveles y según móviles variables. Se trata pues, mas de identidades que de identidad . Así que la identidad ya no parece ser mas una esencia inmóvil, ni el resultado dialéctico de una lógica maniquea, sino los (no "el") nudos vivos de crecientes ramificaciones, donde las subjetividades diversas tienen mas fuerza y pertinencia que nunca, lo que no es casual, cuando el tramado de fuerzas cibernéticas y multifinancieras atraviesan objetividades y cubren el planeta, dejando obsoletas los límites territoriales de las antiguas soberanías nacionales. Por otra parte, esa profusión de movimientos multifocales, percibidos en un incesante transito intercultural, han dado lugar a fenómenos inéditos de sincretismo, apropiación y renovación, que a su vez, son promesas inquietantes para el arte del porvenir.
Quizás solo esas subjetividades artísticas pueden reordenar, según su propio filtro y singularidad, la profusión de las culturas globales y totalitarias, quizás son los únicos reductos ante la omnipresencia de la homogeneidad. Por eso, no es casualidad que en el ámbito del arte contemporáneo se revalorice el ámbito de lo subjetivo: lo íntimo, lo cotidiano, lo corporal, los saberes paralelos, las biografías anónimas, las experiencias personales, las "historias de vida", ese costado intenso de la memoria, es decir, esas pequeñas verdades. Misión tan diferente al de la tradición ilustrada o las vanguardias modernas del pasado, cuando se buscaba la gran Verdad Redentora. En lugar de grandes respuestas definitivas, de transformaciones radicales, o de buscar una gran síntesis entre globalización y diferencia, el arte contemporáneo parece mas interesado, desde su paisaje desencantado y sin utopías, en asumir lo múltiple, nutriéndose del conflicto entre lo propio y lo ajeno, lo culto y lo popular, lo tradicional y moderno, y renovar interrogantes, o revelar quizás, en forma oblicua y transitoria la singularidad de una intensidad, demasiado subjetiva para ser alcanzada por la omnipresencia objetiva del principio de realidad global.